La madrugada del 25 de febrero del 2006, Pablo Ravassollo se dirigía camino a Santa Rosa de Calamuchita para realizar un baile con Trula. Eran cerca de la 1 de la mañana y el cantante, que normalmente viajaba en colectivo con el resto de la banda, prefirió viajar en su auto. Estaban pasando por un gran momento, venían de copar el Festival de Villa María y el grupo había vuelto a remontar después de unos años flojos. Fue en ese baile donde Pablo se había terminado de ganar al público de todo el país, la “frutilla del postre”.

El cantante de 23 años y su joven jefe, Mauricio Cánovas, que por ese entonces ya eran grandes amigos, se habían comprado cada uno un 0km. “Estabamos chochos, queríamos ir a todos lados en el auto”, cuenta el hijo de Manolo, que iba en su auto con Alejandro Avellaneda, Pompón, un músico que tocaba la tambora. En el Volskwagen Gol dorado de la tragedia, iban el músico Mauro Perico Ochoa, quien sobrevivió pero sufrió graves heridas, y David Néstor Heredia, Vampiro, un fanático trulalero que también perdió la vida.

“Yo no quería saber nada con que se fuera manejando. Él había ido el jueves a La Falda y le dije, Pablo, no vayas en el auto, tenés que descansar, y estar bien pila para la noche, pero el insistió”, lamenta. Quería llegar temprano para juntarse con un grupo de fanáticos antes del baile, como era su costumbre.

Pero la ruta 5 y un conductor imprudente que venía de frente y quiso pasar a otro vehículo y no llegó, le jugaron una mala pasada. Cuando Mauricio llegó al lugar 5 minutos después, se encontró con el desastre. Por detrás, llegó el colectivo con el resto de los músicos.

“Fue un momento de locura. Me agarró un ataque de nervios, lo recuerdo como si fuera una película, no podía creer lo que estaba pasando”, explica Mauri.

Los fanáticos lo lloraron durante meses y lo bautizaron como “el ángel trulalero”.

Trula después de Ravassollo

Fue muy difícil para la banda seguir adelante después de su partida, otro golpe duro para el grupo, que venía de perder a su líder Manolo Cánovas en el año 2000. Después de dos semanas sin actividad por duelo, como pudieron volvieron al ruedo. “El año que siguió fue practicamente subir llorando al escenario”, recuerda Mauri.

Devastado por la tragedia, tomó una desición: dejar de hacer las canciones que hacía Pablo. “La gente no me entendió, pero yo estaba destruido, todos lo estábamos. Me parecia injusto despues de su fallecimiento salir a hacer los temas de él, era mejor dejar sus canciones con su voz. Muchos músicos se fueron porque no bancaban subir al escenario y ver que él ya no estaba. Fue casi un año de seguir laburando así, porque había más de 30 familias que vivían de Trulalá y teníamos que seguir“, explica.

“Así fuimos, hasta que ese dolor se transformó en un recuerdo y supimos como llevarlo”, sigue.

Después de largos años, las canciones de Pablo volvieron a sonar en los bailes de Trulalá, donde en cada aniversario se lo homenajea y se lo recuerda: “Él, mi viejo, Gary, son nuestros ángeles que nos siguen protegiendo y hacen que Trulalá, a pesar de cualquier cosa, siga estando, Trula es mucho amor a flor de piel y todo es por ellos, por los que ya no están”.

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