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El renacimiento de Mala Fama: cómo hizo Hernán Coronel para sobrevivir al boom de la cumbia villera

“Mala Fama, ¿nos podemos sacar una foto?” Es un jueves de marzo por la tarde y Hernán Coronel está en la esquina de Cabrera y Ravignani, en la puerta del clásico estudio de televisión en el que alguna vez se hizoAlmorzando con Mirtha Legrand y hoy se graba Podemos hablar, el programa conducido por Andy Kusnetzoff que va los sábados a la noche en el prime time de Telefe. Hace un rato, Coronel compartió la mesa de Andy con Florencia Peña, Mike Amigorena, Sabrina Rojas, Zaira Nara y el Chino Leunis, y ahora, a la salida, mientras una decena de paparazzi se abalanza sobre Peña para averiguar si tiene pensado casarse y cómo le fue en las vacaciones, él atiende a su propio público, una combinación espontánea de motoqueros de delivery y cuidacoches que le copian los gestos y repiten las frases malafameras.

-Obvio que nos podemos sacar una foto, ¿cómo te llamás, boló?

-Terremoto.

-Ah, ¿vos sos Terremoto? ¡Qué lindo feo que sos!

Si a comienzos de siglo Mala Fama podía colarse en lo de Tinelli subido al éxito de un hit emblemático de la cumbia villera como “La marca de la gorra”, el presente encuentra a Coronel convertido en meme viviente, autor de frases graciosas y delirantes como “¿Qué te pasó en la cara?”, “Mandale mecha”, “Viva la gente humilde y los guisos de mi vieja” y esa onomatopeya inexplicable pero a esta altura clásica que todos acá le piden que diga: “Japish, japish”. Más allá de que su musicalidad innata sea evidente en su manera de hablar, fueron sus dotes de comediante viral las que lo devolvieron al mainstream, mucho más que sus canciones. A diferencia de Damas Gratis, que dominó radios y playlists en los últimos meses con “No te creas tan importante”, su hit en colaboración con Viru Kumbieron, Mala Fama no volvió a tener un tema en alta rotación, pero de todos modos su líder, fundador y único miembro original está dejando una marca en la cultura popular dos décadas después de armar la banda gracias a un vocabulario juguetón y mutante.

Coronel es tan gracioso que, durante el programa, la propia Florencia Peña -quizás la última aspirante a capocómica que tuvo este país- se tuvo que rendir ante él. “¿Cómo hago para seguir ahora?”, le preguntaba la actriz a Andy después de que el cantante contara una anécdota sobre un viaje en avión desde Tucumán, prácticamente un monólogo de cinco minutos que incluía tamales, gaseosa, una pelea con un pasajero por un eructo y un argumento inapelable: “Yo eructé para adelante, ¡y el tipo estaba sentado atrás!”. “En serio, te lo digo por tu rating”, seguía Peña. “Después de esta clase de stand-up, mejor vayamos a un corte”.

Pero esa deriva verbal casi capusottiana que le dio al programa su momento más viralizable también tiene una contracara -explícita en la anécdota del eructo-, que es la absoluta falta de dimensión de los códigos de convivencia en ciertos ámbitos. Por momentos, parece un nene endemoniado: se levanta de la mesa, se cruza en cámara, se saca las zapatillas y no hace ningún esfuerzo por seguir las reglas de los juegos propuestos por Andy. El hecho de que en este programa se tome alcohol durante las tres horas que dura la grabación tampoco ayuda. Pero, más allá de su eventual estado etílico, Coronel es de esas personas que parecen habitar una realidad un poco diferente a la del resto, como si viera cosas que no están ahí para los demás, una sensación que se agiganta por su look: escondido debajo de su visera y sus lentes oscuros, es imposible adivinar qué pasa por la cabeza de este hombre. Sobre el final del programa, por ejemplo, cuando Andy le pregunta dónde va a estar tocando en los próximos días, él se enoja. “Yo no vengo acá a hacer promoción”, dice ofendido. Después, de la nada, remata: “Viva la sagrada musiquera, gracias Andrés Calamarero, gracias Fidel Nadal y viva la gente humilde”.

Lo que nadie en la mesa de Andy tenía por qué saber era que, la noche anterior al programa, en su casa, Coronel había estado dos horas hablando de su fanatismo por Andrés Calamaro con Rolling Stone (esto incluye mostrar decenas de audios de WhatsApp en los que ambos se expresan su cariño), y que más tarde Fidel Nadal había pasado a charlar con él y tomar algo hasta bien entrada la madrugada. De alguna manera, les estaba mandando saludos a sus amigos, a pesar de que probablemente los músicos nunca se hayan enterado.

El desfile de personajes es habitual en este chalet amplio de Martínez, a pocas cuadras de la Panamericana: ahora, sentados en la cama matrimonial roja del cuarto, mientras hablamos sobre cómo el efecto pizzicato de los teclados Roland de los 90 y la percusión del peruano Marcos Gálvez definieron el sonido de Mala Fama en sus inicios, nos sorprende su nieta Victoria (5 años, también conocida como “la Kiki-Kiki”), que entra con un conejo en brazos. “¿Qué hace un conejo acá?”, pregunta Coronel. “¿Vive un mago en mi casa?” Después pasa Bartolo (21 años, también conocido como “Koki”, tecladista de Mala Fama y segundo de los tres hijos que tuvo Coronel con Marina, también conocida como “la Cochi Niní”), que en realidad se llama Axel Gianmarco San Martín porque, cuando hubo que ir a anotarlo al registro civil, la Cochi Niní se hartó de que Coronel no lograra levantarse temprano y lo terminó anotando con su apellido y los nombres que no le gustaban a su marido. “Me voy a lo de la abuela, que cumple años”, avisa Bartolo. “Necesito algo de plata”.

Entonces Coronel se levanta de la cama, pasa por al lado del frigobar rojo que usa de mesita de luz (sobre el que tiene un busto de Calamaro hiper realista y a tamaño real que mandó a hacer), va hasta el armario, abre una cajita y le da a su hijo un billete de 500 pesos. “Bartolo, ¿me podés buscar la cerveza, por favor?”, le pide antes de despedirlo.

Otras personas que van a rondar por los dos pisos y el jardín de la casa esta noche incluyen a: un amigo haciendo pizzas a la parrilla (de mozzarella y ajo, de jamón con ketchup), el tecladista y actual director musical de Mala Fama, Nacho Godoy (a quien Coronel conoció en un asado organizado por un fan que una vez lo acercó a su casa en auto), una amiga que amamanta a su bebé debajo de un arbolito, y Tomás Fort, el sobrino de Ricardo Fort, un aspirante a cantante tan excéntrico como su tío, que anda merodeando al líder de Mala Fama para ver si lo convence de grabar con él… a cualquier precio. (De momento, todo lo que Coronel tiene para decir al respecto es que, “para mí, la palabra ‘grabar’ tiene que venir sí o sí acompañada de una buena canción”).

Por más que todo su entorno orbite alrededor de él de manera permanente, Coronel no parece estar en control de lo que pasa en su casa ni por un instante, pero también es evidente que no necesita estarlo. “Tengo una perspectiva muy general de la vida: en cualquier situación que se me presenta, mi naturalidad garantiza que no me pueda pasar nada malo”, dice mientras se saca los lentes para mirar el celular. “¡Mirá! ¡Mirá, boló! ¡Mirá quién me está grabando un audio!” Cuando conecta el teléfono a un amplificador y le da play, aparece, otra vez, la voz inconfundible de Calamaro.

“Kalifa querido, nunca pensé que iba a tener que explicarte algo yo a vos: tus discos son de rock. Cuando aparece un artista genuino, con un idioma propio, con cosas que decir, representando al pueblo de verdad, entonces ya se trascienden los géneros. Mucha gente cree que el rock tiene que sonar como AC/DC, y sí, tienen razón: Pappo es rock. Pero fijate que el flaco Luis hacía una música mucho más sensible y poética y es nuestro emblema, nuestro Dios. Yo creo que vos estás haciendo discos de rock, porque estás haciendo los discos que tenés que hacer”.

Más o menos desde los 9 años, cuando empezó a componer con la guitarra criolla que le regaló un vecino bombero, a Coronel las canciones le salen “con estilo de rock”. Hoy, a los 41, las cosas no han cambiado demasiado, salvo por el hecho de que, una vez que tiene el tema, lo transforma en una cumbia. “Es fácil, porque mis melodías son universales, más o menos”, dice. “Aunque los arreglos son sofisticados”.

Desde lo estrictamente musical, la cumbia de Mala Fama no tiene mucho que ver con la cumbia villera, ni con la santafesina (a pesar del fanatismo de Coronel por Los Palmeras, a quienes obviamente presentó con Calamaro), ni con nada en particular. El característico sonido malafamero es tan alien como el líder de la banda. En 1998, cuando ya había escrito “un montón de canciones especiales, yo solo, mirando la pared y anotando con la lapicera en un cuaderno”, Coronel fue al estudio de Cristian Galarza, un tecladista emblemático de la cumbia que trabajó con grupos como Amar Azul y Yerba Brava, y con quien Coronel terminó dándoles forma a sus dos primeros discos, los clásicos del género Ritmo sustancia (2000) y Para vos basuura (2001). “La primera vez que nos vimos, Cristian empezó a pasar los sonidos del teclado a ver cuál me gustaba, y cuando llegó al pizzicato fue como: ‘¡Uhhhh, ponele ese!'”, recuerda Coronel. “Es un sonido seco, no tiene reverberancia, entonces es muy difícil hacer arreglos: tenés que ser… No sé, bueno, en realidad, en la música todo es posible”.

El primer tema que grabaron en ese estudio de los Troncos del Talar de General Pacheco fue nada menos que “La marca de la gorra”, un hit que rápidamente les abrió las puertas de la industria. Gracias a la gestión del padre de Cristian, Juan Galarza, más conocido en el ambiente como “Chamuyo”, Mala Fama se dio el lujo de analizar ofertas de las tres compañías más fuertes del género en ese momento: Magenta, Leader Music y DBN (finalmente, firmaron con esta última). “No imaginé que les iba a ir tan bien”, reconoce Chamuyo. “Porque, por ejemplo, en ‘La marca de la gorra’, Hernán no podía decir ‘ahora’, sino que decía ‘a-ho-ra’. Era como que pisaba la lengua, usaba un dialecto distinto”. Desde el inicio mismo de la banda, esa rareza de Coronel se convertía en estilo, algo que continúa hasta el día de hoy. “Es una persona que siempre te lleva a romper la lógica musical”, dice Godoy, su productor actual.

Quizás la mejor medida de la popularidad que Mala Fama alcanzó durante el auge de la cumbia villera sea el sketch de Videomatch de 2001 inspirado en el grupo, en el que Pichu Straneo, bajo el alias de “Mamá Afana”, cantaba: “Vos Tinelli/ Trajiste a Mala Fama/ Por culpa tuya/ Vamos a ir todos en cana”. Además, la banda tocaba por todo el país, y muchas veces les costaba salir a la ruta porque 200 o 300 personas se agolpaban en las casas de los músicos.

Dos décadas después de ese encuentro con los Galarza que le dio una identidad a su sonido y le permitió irse de la casa de sus padres en Virreyes (su padre, “El Tumbavasos”, era empleado municipal; su madre, Estela, ama de casa) y dejar de hacer changas como matricero o empleado de pizzerías, Coronel solo tiene palabras de agradecimiento para ellos. “Cristian me hizo los mejores arreglos que te puedas imaginar”, dice. “Y Chamuyo paró la oreja como un radar”. De hecho, en diciembre pasado, los invitó al show por los 20 años de Mala Fama en el Teatro Ópera, porque quería entregarles un diploma en reconocimiento a su importancia en la historia del grupo… pero ellos prefirieron no ir. “Yo quedé enojado”, reconoce Chamuyo. “Hernán me costó mucho. Siempre miraba el piso, miraba la lejanía, nunca miraba a los ojos. Eso lo hacía una persona particular. Por ahí, sin pedir permiso, prendía un cigarrillo en un lugar en el que no se podía fumar. Mala Fama siempre estaba rondando los malos hábitos de la gente más marginal, los chorros de los bailes, los drogones… Además, al principio, todavía ni habíamos salido a tocar y Hernán ya estaba contando los terneros antes que nazcan. Al final lo mandé a la mierda”.

Ahora Coronel está preocupado. Estamos en una mesa en la vereda de un bar y galería de arte de Palermo, a una cuadra del local de ropa vintage en el que, un par de meses atrás, según el relato que hizo su manager actual en Facebook y él mismo en el programa de Andy, fue discriminado cuando no lo dejaron entrar a mirar. Hace como 20 minutos, dos de los amigos que llegaron con él se fueron “a dar una vuelta”, pero todavía no volvieron, y Coronel sospecha que en realidad están en el local de ropa haciéndosela pasar mal al dueño. “Che, están tardando mucho”, le dice al manager, a quien conoció porque es el productor de La Mágica, una fiesta de “cumbia de autor” que es en buena medida responsable del resurgimiento del grupo.

Durante el par de horas que estamos acá sentados, no pasan más de tres tragos de cerveza sin que alguien se acerque a pedir una foto o toque bocina desde la calle. Coronel es famoso, de eso no hay dudas, y la demostración más gráfica de su nivel de popularidad actual se dio en la última Feria del Libro de Buenos Aires, en mayo, cuando llegó tarde a buscar su acreditación para la presentación de Sinceramente, el libro de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, pero el personal de seguridad, ultra celoso en este evento en particular, lo dejó pasar igual. Ese día se sacó una foto con Estela de Carlotto, y más tarde la cuenta de Twitter de Abuelas de Plaza de Mayo la compartió con un mensaje que decía: “El único Coronel que nos gusta”.

“Yo ni siquiera tengo interés en política”, dice sobre su particular estilo de militancia. “Pero apelo a la emoción que me da ver cosas lindas. A Cristina la conozco de pasadita, de la tele, como cualquiera, pero te terminás enamorando de la ideología de una persona que piensa tanto en emparejar la cuestión. Para mí, un presidente tiene que ser como un jefe de familia, y un jefe de familia no puede dejar que un par de hijos anden rengos y otros anden corriendo”.

Varias veces a lo largo de nuestros encuentros, Coronel se refiere a sus temas como hijos, en el sentido de que los quiere a todos de una manera diferente. Al mismo tiempo, cuando le pregunto cuántos hijos tiene, dice que “tres con mi mujer”, y cuando quiero saber el total se limita a decir: “Siguiente pregunta”. También dice que está a favor de la legalización del aborto (“Sí o sí hay que darles más herramientas a las mujeres”) y de la marihuana (“El faisán va con torta frita”), pero no de las drogas “más dañinas”. “Yo nunca me drogué con pastillas ni me subí a un escenario drogado: mi motivación es la gente, la música y la cerveza, pero con moderación. Jamás me vas a ver con el tanque rebalsado”.

En los últimos años, más allá de la imagen que Chamuyo todavía guarda de la época inicial, Coronel parece haber recalibrado el foco de su picaresca en favor de un perfil igual de popular pero mucho más familiar. El show por los 20 años en el Ópera probablemente haya sido el mejor ejemplo: había gente de todas las edades, y por momentos la estrella de la noche fue el Tumbavasos, bailando y repartiendo tortas fritas desde el escenario a sus 75 años. Después de un show de casi tres horas, Coronel salió a la puerta del teatro e improvisó un segundo show corto en la calle. “El otro día vi un video de ese momento y me veía re vital”, dice. “Es muy loco lo que me pasa con la música”.

Por más que en el último tiempo se haya ubicado nuevamente en un lugar de alta exposición pública, si hay algo a lo que no quiere volver es al ritmo de shows de la época dorada de Mala Fama. Sufre cuando tiene que hacer muchos kilómetros por tierra, probablemente una consecuencia de los años flacos: entre 2004 y 2009, cuando la cumbia villera dejó de ser una moda y las redes sociales todavía no tenían el poder amplificador del presente, él igual salía a ganarse la vida cantando por las provincias, pero en condiciones poco óptimas. “Una vez me llevó a Comodoro Rivadavia en un camión que transportaba autos”, dice Bartolo. “Creo que tardamos dos días”. De hecho, a lo único a lo que Coronel parece tenerle miedo real es a un accidente de tránsito, y considera que, después de tantos kilómetros recorridos, el único motivo por el cual no le pasó nada demasiado grave en la ruta fue “una milagrosa suerte”. Al mismo tiempo, en sintonía con su naturaleza inquieta y un tanto contradictoria, odia viajar en combis nuevas, porque la ley les prohíbe ir a más de 90 km/h, lo cual hace que los viajes se alarguen, él se quede dormido y tenga que salir a tocar recién despertado, algo que detesta profundamente. En sus palabras, esa sensación de ir demasiado lento por la ruta se resume así: “A menos de 100 km/h, estás tirando el tiempo para atrás”.

Para cuidarse la voz, ha llegado a suspender algunos shows en el pasado reciente y, si bien sabe perfectamente que este presente de bonanza se puede terminar de un día para el otro (porque ya lo vivió en carne propia), no piensa en términos de “aprovechar el momento”. No tiene “ninguna ambición de nada” ni piensa en el futuro, salvo en el de sus hijos: últimamente está registrando canciones a nombre de Bartolo, por las dudas. Pero, en general, la plata “se le gasta”, y además la odia: ni siquiera tiene cuenta en un banco. No acumula: reparte. “El otro día, mi mamá vio en casa el aire acondicionado que me había comprado y dijo: ‘Yo algún día voy a tener uno'”, dice. “Pero andá, mami. Le di un beso, llamé un remís y listo: llevátelo a tu casa. Y así con cualquiera que lo merezca”.

Fuente: lanacion.com.ar

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